Llega un día
en el que te levantas y no sabes qué hacer. Ni hoy, ni mañana, ni la cosa tiene
atisbos de mejorar a corto plazo. Pasas de no tener tiempo ni para respirar, de
acumular apuntes en tu agenda, de que te falten horas en el día, a no tener
nada que hacer. Acabas la
carrera y, de repente, eres ‘ni-ni’. Así, con todo lo mal que suena. Has
trabajado durante cuatro años – o más – por tener un futuro y en el momento que
abandonas la zona de confort de la vida de estudiante, saltas al abismo. Eres
un ‘ni-ni’, con las cuatro letras, y te entra esa ansiedad voraz por hacer
cosas, por buscar salidas, intentando ocupar tu tiempo ya sea con cursos, trabajos
temporales que no son de lo tuyo, o vete tú a saber qué.
Pero cuando
te paras a pensar, después de toda esa vorágine de sensaciones, también te das
cuenta de que mereces un descanso, que las cosas vienen cuando vienen y que hay
que disfrutar del proceso. Del proceso de crecer, de madurar, de buscar y de
empaparse de lo que nos vamos encontrando por el camino. Bajo el sol
del verano, con la brisa del mar enredándome el pelo y la arena entre los dedos
de los pies, me paro a pensar en mi etapa universitaria. Analizo todo lo bueno
que me ha dejado. Todo lo bueno profesional y personal, sobre todo, personal.
Al final de ese proceso maduramos y crecemos, definitivamente.
Bienvenidos
a la vida adulta, al mundo laboral. Es después de la carrera cuando comenzamos
a construir nuestra verdadera historia. Empezamos a labrar el camino que
queremos recorrer. Poco a poco, aclaramos nuestras ideas y sentimos qué es lo
que tenemos que hacer. Nunca dejes de formarte, de aprender y probar cosas
nuevas para evolucionar.
PD: Con este
post os doy la bienvenida a esta nueva – y espero, mejor – etapa del blog.
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