Recuerda lo mucho que te ha
costado llegar hasta aquí. Recuerda lo mucho que sufriste, aquella indecisión,
esa incertidumbre que parecía quemar en el estómago, ese miedo a lo nuevo, al
que dirán; recuerda esas lágrimas en la oscuridad, cuando sola bajo la inmensidad de la noche todo se magnificaba.
Recuerda también aquellas sensaciones. Las huellas que te hacían tan tú. Esa sensación de sentirte
realizada, el cosquilleo de las primeras veces, cómo desprendías tú propia
esencia, la inocencia innata que te salía con toda naturalidad, cuando nada era
impuesto; todo tu elección. Cuando hacías las cosas de corazón, porque querías,
porque así lo sentías. Cuando te movía la pasión. Cuando nada importaba, cuando
no había responsabilidades, ni nadie a quien proteger, mantener o de quien
hacerse cargo.
Recuerda que, entonces, sólo
importabas tú. Recuerda que luchabas por encontrar tu camino, y parecía la
tarea más ardua de la tierra. Creías que te ibas a consumir. Cuando no podías
más, porque cientos de ideas, miles de pensamientos pasaban por tu cabeza y no
eras capaz de reconocer cuál era el idóneo. Por todas esas veces, tantísimas,
que te equivocaste. Y todas esas lágrimas. Recuerda cuando nunca te
arrepentías. Cuando los fracasos eran un aprendizaje, cuando tenías ganas de
continuar, cuando un ‘no’ se convertía en ‘sí’ en tu cabeza.
Cuando te sentías capaz de todo.
Cuando nadie te podía parar, cuando tus alas te llevaban cada vez más lejos.
Cuando sonreías, porque sabías que había gente orgullosa de ti. Cuando saltabas
hasta que te dolían los pies en un concierto. Cuando dabas ‘me gusta’ a aquellas
frases motivadoras de Instagram que
te hacían sentir mejor y querías ser como las mujeres emprendedoras a las que
todo les salía bien y parecían tan felices por haberse encontrado; a ellas
mismas y su lugar en el mundo. Recuerda
las noches delante del ordenador. Esas noches mientras todo el mundo dormía,
cuando tú tecleabas por pasión, sin presión. Cuando todo fluía. Cuando el
tiempo ponía todo en su lugar, cuando te indicaba el camino. Cuando sólo había
que tener paciencia y esperar.
Recuerda cuánto te costó.
Recuerda todas las carreras detrás del autobús, las interminables clases en la
Universidad. Los bostezos, la ansiedad, el desasosiego, la sensación de no
poder más. Recuerda cuando te exprimías al máximo y caías rendida. Esa
sensación al dormir profundamente después de un día agotador. Tu colección de
libretas, todas marcadas por esa letra que tanto te gustaba y que con el paso
de los años cada vez era más fea por la prisa; libretas llenas de listas que
nunca cumplías y sueños por conseguir. Esas libretas que llevabas en el bolso y
abrías en medio de la calle, en un banco o en el tranvía, porque llegaba la
inspiración y tú tenías memoria de pez. Recuerda todos los zapatos que te
hicieron daño mientras caminabas recorriendo el camino de tu vida. Todos los
vestidos que no te pusiste, y todas aquellas veces que te sentiste guapa. La
ilusión de arreglarte antes de salir, al pintarte los labios. El hormigueo de
las primeras citas.
Recuerda los viajes en el tren.
Ese tren que se convirtió por momentos en tu refugio. Esas largas horas en un
vagón con gente que no conocías. Recuerda cómo te gustaba observar, imaginar sus
historias o inventarles una nueva. Pensar qué llevarían en su maleta y cómo la
vida les podría cambiar después de ese viaje. Adónde irían o de donde vendrían.
Cuántos besos se habrían dejado por el camino y cuántas lágrimas les habría
costado la despedida. Recuerda las primeras miradas. Las lágrimas en el andén y
los ojos vidriosos de ilusión al salir de la estación.
El sol. Recuerda lo mucho que te
gustaban los días de sol y pasear por las mañanas. Cómo te gustaban las
ciudades por las mañanas, cuando muestran su máximo esplendor. Y lo poco que te
gustaba madrugar. Recuerda las sonrisas. Esas sonrisas que regalabas, las que
te caracterizaban, y los miles de pintalabios perdidos en los miles de bolsos
que guardabas en el armario. Recuerda el placer de ponerte unos vaqueros y lo
bonitas que te parecían las Converse.
Recuerda la playa. La sensación de pisar la arena y mojarte los pies. Lo que te
gustaba respirar la brisa del mar aunque nunca se lo dijeras a nadie. Aquella
paz que te invadía al escuchar el ruido de las olas en la noche.
Recuerda la ilusión. La ilusión
que tenías por la vida, la ilusión por el qué pasará, la esperanza de que tu
vida iría a mejor y de que tus sueños se iban a cumplir. Fantaseabas imaginando
la vida que te esperaría años después, esa por la que tanto estabas trabajado y
a la que tanto esfuerzo le dedicabas. Espero que lo hayas conseguido. Espero
que nunca hayas perdido esa esencia, la que te hacía sonreír con las pequeñas
cosas de la vida, la que te llevaba por la vida en Converse, la que incluía tu inocencia.
Ahora recoge todo lo que has
recordado y utilízalo para seguir siendo tú. Para preservar esa esencia. Para
sentirte realizada y feliz. Siempre me he sentido muy orgullosa de mi, de ti. De
todo lo que he logrado pero, sobre todo, de cómo he sido porque ahora soy lo
que quiero ser. Espero que tú también lo seas. Que tu pasado te ampare. Que te apoyes en él para coger impulso y
continuar.
Que sigas siendo feliz.
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